Hasta hace algunos años, en nuestro país era necesario –y así lo establecía el Código Civil- ir al notario acompañado de testigos cuando uno quería hacer testamento. Quizás, algunas personas ya mayores tengan esta idea grabada a fuego y nadie les haya informado de que, a principios de los años 90, este aspecto de nuestra legislación fue modificado. Afortunadamente, en la actualidad es posible realizar este acto en el más absoluto de los secretos.
Los testigos ya no son necesarios
Es posible que muchas de estas personas, al continuar creyendo que para dejar establecidas notarialmente sus últimas voluntades han de contar con la presencia de testigos, se nieguen o sean reacios a hacer testamento. Es algo completamente comprensible desear que nadie sepa a quién se va a legar el patrimonio tras la muerte.
Es más, tan comprensible le resulta al legislador que, nuestro vigente Código Civil contempla un tipo de testamento, el testamento cerrado, en el que ni siquiera el propio notario tiene que conocer el contenido de las últimas voluntades del testador. La forma de proceder en este caso es bien sencilla. No hay más que redactar el futuro deseado para los bienes patrimoniales.
Acto seguido, se procede a introducir el documento en un sobre y a cerrar éste. Posteriormente, se acudirá al notario de elección. Éste deberá extender un acta notarial sobre la cubierta del sobre –cerrado-. Dicha acta ha de cumplimentarse con los sellos correspondientes, con la firma del propio notario y del testador y, por último, el sobre deberá quedar en manos de cualquiera de las siguientes personas: el testador o un custodio de su elección o el propio notario que levantó el acta.
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