La tranquilidad que brinda el hecho de otorgar un testamento está fundamentada en una realidad que es simple y a la vez demoledora: el testamento es una garantía legal irrevocable favorecida por el estado.
Pero ¿es la voluntad expuesta en un testamento en realidad completa y absolutamente irrevocable?
Lo es en la gran mayoría de los casos, pues se trata de un manifiesto individual protegido por las leyes del país en el que el legador reside. La expresión de las últimas voluntades es un acto que posee una serie de cualidades específicas que lo vuelven eficaz e irrevocable jurídicamente.
Sin embargo, existen ciertas situaciones en las que el legado testamentario pierde efecto. Una de ellas es la que se conoce como caducidad. Esta responde a diversos factores.
La caducidad no es un vicio en la voluntad del testador. Esto quiere decir que la nulidad del proceso no es consecuencia de una falla en la declaración testamentaria. La caducidad responde a otros motivos como es por ejemplo, que el heredero muera antes que el legador o que lo haga después pero antes de haber recibido el patrimonio heredado o de haber cumplido con la condición de que depende recibirlo.
Por lo general, aunque el heredero tenga ya sus propios herederos, no es posible que estos reciban un patrimonio que no les ha sido otorgado directamente a menos que el testamento original lo estipule. En estos casos, el testamento se anula tras caducar y el patrimonio vuelve en automático a manos del legador.
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