Los escritores son gente peculiar, de eso no hay ninguna duda. Pero al parecer, esas peculiaridades las terminan reflejando hasta cuando deciden hacer testamento, como prueban los siguientes datos recogidos de la red.
Lewis Carroll, que en realidad se llamaba Charles Ludwidge Dogson, autor de Alicia en el país de las maravillas y Alicia en el país de los espejos, falleció en 1898 a los 66 años y al parecer era un voyeur del nudismo infantil.
Al redactar su testamento pidió que a su muerte la totalidad de las fotos que él mismo había hecho a niñas desnudas (que eran unas cien) fueran destruidas, orden que sus hermanas, únicas herederas, se apresuraron a cumplir.
George Bernard Shaw fue un literato irlandés que obtuvo el premio Nobel y un Oscar como dramaturgo por su obra Pigmalión. Falleció en 1950 a los 94 años.
Al hacer testamento dejó una considerable cantidad con el fin de que se desarrollara un nuevo alfabeto fonético, ya que consideraba que el idioma inglés tenía muchas incoherencias. Sus herederos han llegado a desarrollar el “alfabeto shaviano”.
También se preocupó al otorgar testamento de advertir que durante su funeral no quería ningún símbolo que tuviera relación alguna con sacrificios o torturas, aludiendo a las cruces y demás y solicitó que sus cenizas se esparcieran por su finca en Ayot Saint Lawrence indicando con su habitual ironía: “prefiero el jardín al claustro”.
Ernest Heminway tuvo una vida azarosa: participó en la Primera Guerra Civil donde fue herido y fue corresponsal de guerra en la guerra Civil Española y en la Segunda Guerra Mundial, se casó 4 veces, vivió en diferentes países y se suicidó a los 61 años en 1961. Recibió el premio Pulitzer y el Nobel de Literatura.
Al hacer testamento desheredó a todos sus tres hijos Jack hijo de su primera esposa, Gregory y Patrick hijos de la segunda, en beneficio de su última mujer, Mary.
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